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Idioma e Cultura. Lixo moderno na Espanha

Segundo Villanueva Fernández / São Paulo, 17 de Agosto de 2025

Antigamente, a comida e a vida eram comunitárias, sem opções diferenciadas, em contraste com o presente. Algumas sociedades chegam a considerar roupas e sapatos como descartáveis, confundindo-os com lixo comum.


Llama la atención el afán que los europeos tienen por recoger los desechos. El principal motivo es que generan muchos, de variadas formas, modelos y materiales. Es una consecuencia del consumo à la carte, donde la democracia al final ha desembocado en algo parecido a la capacidad que el individuo tiene de comprar lo que quiere y al precio que le parece mejor. En este sentido, la posibilidad de elección es mucho mayor que en cualquier país de Iberoamérica, por ejemplo, y si tener un rango de opción mayor es democrático, en este aspecto, Europa lo es. Otra cosa es que esto sea un verdadero ejercicio de ciudadanía: hace mucho tiempo que la palabra y la práctica parecen diluirse en eventos que no tienen nada que ver con el voto.

El plástico

La modernidad hace que cada vez más abunden los plásticos para todo, principalmente porque pensar diferente obliga a que los alimentos deban estar separados en habitáculos de plástico de múltiples formas y tamaños para no mezclarse. Aquí también radica una intención mayor: envolver el producto y vender más. El plástico continúa siendo el rey de los envases y transportar productos en cajas de cartón o papel sigue siendo casi inédito.

La olla

Antiguamente todo el mundo era igual y comía de la misma olla. El origen de los alimentos estaba en la huerta y en los animales criados en las casas. Estas disponían de bodega, trujal y establos, también de pajar y despensa para guardar fruta o verduras. Una olla era el origen distributivo de la comida en una sociedad familiar: no existía la posibilidad de escoger lo que uno quería porque en aquella época ni siquiera se sabía que se podía querer algo distinto, y estaba bien.

Como todo el mundo era igual, entre otras cosas, no existían plásticos diferenciadores. En su momento, el plástico fue uno de los principales aliados de la libertad individual; después, el villano de costumbre que todas las épocas condenan; y hoy, superado el escarnio, algo inevitable. Pedir un café, por ejemplo, es un ejercicio de asociaciones nutricionales con ingredientes sorprendentes, tamaños diversos y la posibilidad de tomarlo en lugares múltiples. Esto, al final, implica plástico, o energía, que aunque invisible, es lo mismo.

Los contenedores de ropa

De todas las obsesiones por el reciclaje, una llama la atención por encima de las otras: los contenedores de ropa y zapatos. Como si, al igual que los de plásticos, cartones, botellas o detritos orgánicos, también fueran algo descartable. Que no lo son. Pero el hecho de formar parte de la oferta municipal para que las personas guarden lo que descartan hace que la ropa también, por asociación, lo parezca. Las sociedades opulentas pueden llegar a confundir todo, incluso el valor simbólico del lugar donde se depositan las sobras: a modo de limosna, da igual una cáscara de langostino que un zapato pequeño, los huesos de un pollo o un pantalón corto de verano.

Las sociedades del hemisferio norte, normalmente más ricas que las del sur, generan un tipo de basura discutible. Es verdad que la ropa se redistribuye a personas con necesidades, pero esa metonimia que deriva en metaverso, y que guarda la ropa en un contenedor al lado de sus “hermanos” para reciclar, confunde a quienes la necesitan y no la consideran descartable, porque es con ella con la que se van a vestir al día siguiente.

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