En los tiempos de los padres españoles sufrir no era sufrir, sufrir era vivir, es decir, vivir era sufrir, sufrir viviendo o vivir sufriendo. Por tanto, un rasguño en el talón era ridículo, no existía el hábito de la queja porque tampoco existía la solución para las quejas, para qué la queja si no servía para nada, cohabitar con la rozadura era lo que había que hacer y así fue hasta que llegaron los hijos de los padres. Y cuando llegaron los hijos de los padres surgieron muchas nomenclaturas y a la misma realidad se le aplicaron innúmeros sentimientos, traumas y excesivas derivaciones que hicieron de la misma sustantividad antigua, es decir, del arañazo del talón, un tratado posmoderno con implicaciones metafísicas: la palabra y sus implicaciones. En resumen, unos auténticos Malsufridos para los padres.