Segundo Villanueva Fernández / São Paulo, 28 de Junho de 2023
Lima es Lima, su casco antiguo resguarda a San Martín en un coso que recuerda a cualquiera de España, y un poco más adelante Pizarro descansa en la catedral reconvertida a museo mientras el cambio de guardia en la Plaza de Armas anuncia en el Palacio Presidencial que un día (imperio es una denominación romana, por tanto, nunca hubo un Imperio Inca, se debería llamar de otra manera, pero no sé cuál) esta fue la capital del Virreinato del Perú, lo más importante en Sudamérica durante casi 300 años. Un poco a la izquierda, el consistorio, impecable, se exhibe majestuoso mientras recuas de estudiantes uniformados miran a los turistas de otras razas, que se hacen fotos en las letras mayúsculas multicolor: LIMA. Un poco más allá una manifestación de jubilados exigiendo sus reconocimientos y al lado de Jirón Cuzco otra de profesores reclamando gratuidad para el torneo clausura de la liga peruana. En el otro lado del mundo, en Miraflores, qué cosas, subyace el Museo de la Inclusión, pero según cuenta el taxista, tendió más a Sendero Luminoso que a explicar, y por eso hoy permanece agazapado y ciertamente olvidado, al fondo la isla de El Callao, donde Alan García emuló a Alcatraz convirtiéndola en un penal de máxima seguridad, reculando hasta que, por orgullo, se quitó de enmedio. Como el resto de expresidentes está entre rejas, se puede decir que Perú continúa realizando un doloroso viaje a su interior.