Aprender um idioma na terceira idade é muito mais do que um exercício acadêmico — é uma aventura vital. O contato com uma nova língua rompe a rotina, reativa a curiosidade adormecida e reacende a vontade de viver. Mais do que estudar, trata-se de sair de casa, enfrentar o cotidiano — a garoa, o trânsito, os riscos da cidade —, chegar à escola com esforço, mas também com expectativa. Cada pequeno desafio até a sala de aula nutre o cérebro e o espírito, transformando a aprendizagem em uma forma de continuar vivo por dentro.
Un idioma extranjero rompe con la rutina vital al introducir información nueva, inédita, que antes nunca había existido. Y es precisamente esa novedad la que reactiva la curiosidad —esa curiosidad tan natural en los niños, más discreta en los adultos, casi imperceptible en los mayores.
Pero es esa misma curiosidad, ese encuentro con lo desconocido, lo que reaviva las ganas de vivir.
Y no solo eso.
Despertarse temprano, con más o menos ganas. Salir de casa, tal vez bajo una llovizna, escuchar el ruido del autobús rozando la acera, pasar junto a un coche siempre apurado. Cruzar un paso de peatones con extrema atención, imaginando —con razón— la distracción probable del conductor. Observar a un perro curioso haciendo pis en la esquina de un restaurante. Recibir un “buenos días” de un barrendero (o de cualquier persona). Asumir riesgos —porque caminar por São Paulo, hoy, ya es un acto de valentía.
Todo eso con una bolsa al hombro, sin importar mucho el peso. Llegar a la escuela ya algo cansado, tomar un café, repasar mentalmente las etapas superadas para estar ahí. Y aun así, mantenerse expectante por lo que vendrá en los próximos minutos.
Ese recorrido alimenta sinapsis. Reactiva caminos. Y convierte la clase en una especie de aventura vital —quizás la más hermosa de todas: la de seguir vivo por dentro, para estarlo también por fuera.