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Desde la crisis financiera de 2008, los organismos internacionales han reforzado las regulaciones bancarias a través de acuerdos como Basilea III, que exige mayor capital, liquidez y control del apalancamiento. Estas medidas buscan proteger el sistema financiero frente a futuras crisis. Sin embargo, su aplicación uniforme en países con realidades económicas tan diversas plantea desafíos. En mercados emergentes, como Brasil, las exigencias regulatorias pueden dificultar el acceso al crédito para pequeñas empresas. A la vez, las regulaciones locales intentan equilibrar el cumplimiento global con las necesidades internas. Las instituciones financieras deben adaptarse estratégicamente para no perder competitividad ni estabilidad. La pregunta central sigue siendo: ¿cómo regular sin frenar el desarrollo?