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Evaluar el riesgo de crédito en una microempresa o PYME presenta desafíos específicos. A menudo, estas empresas no disponen de estados financieros detallados ni de historial crediticio formal, lo que obliga a aplicar modelos simplificados o incluso evaluaciones cualitativas basadas en la reputación del propietario o la relación con proveedores.
A diferencia de las grandes corporaciones, donde predominan los datos numéricos y las auditorías, en las PYMES se debe observar el comportamiento de pago, el nivel de informalidad y la adaptabilidad al entorno económico. Esto es aún más relevante en mercados emergentes, donde factores externos como la inflación, la inestabilidad o la falta de garantías reales aumentan la incertidumbre.
En estos contextos, muchas entidades financieras optan por técnicas como el scoring alternativo, que considera variables como el historial telefónico, el comportamiento digital o incluso la red social del emprendedor. Son soluciones innovadoras, pero también generan controversia: ¿puede un algoritmo reemplazar el juicio humano al evaluar el riesgo?
Además, se abre un debate político: ¿debe el Estado asumir parte del riesgo para que estas empresas puedan acceder al crédito y desarrollarse, o eso distorsiona el mercado? La respuesta no es sencilla, pero está claro que el análisis del riesgo en pequeñas empresas requiere herramientas flexibles, sensibles al contexto y equilibradas entre lo cuantitativo y lo humano.