Segundo Villanueva / São Paulo, 17 de Abril de 2022
Segundo Villanueva Fernández. São Paulo, 17 de abril de 2022
Cuando tenía 18 años ya había gente en el Colegio Mayor Larraona que conocía el Requiem de Andrew Lloyd Weber. Y claro, su famoso Hosana con Plácido Domingo y Sarah Brightman… Eran tiempos de Mike Oldfield, entre otros.
Un día, un joven (esto es una deformación histórica) me lo pinchó y jamás salió de mi cabeza. Al cabo de un tiempo supe que se lo tuvieron que llevar por la vía rápida porque en la facultad de medicina se puso a gritar que allí moraba el anticristo. Era de Zaragoza, tenía gafas y nunca más supe de él…
La Pascua implica un recogimiento sustancial, al folclore andaluz, quizá el mayor, no se le puede deslindar de su profundo fervor religioso, espiritual, de su misticismo recalcitrante, soberbio, único, vehemente.
Sumergirse en Verdi, Rossini, Mozart, el ya citado Andrew Lloyd Weber o el mismo Stravinsky antes de derivar como un río lento en la Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach es preceptivo para los que no gozamos la calle, hace que la representación histórica de la fiesta se haga carne, un motivo de orgullo, una reversión analéptica y necesaria para no subyugar el clasicismo histórico que inspira todos y cada uno de nuestros días, en este caso, siendo o no cristiano.
Lejos queda el día que desde lo alto del Monte Nebó vimos el Mar Muerto y a su derecha el Jordán llorándole las últimas gotas, un poco más abajo Moisés había lanzado su vara para que Dios le reventara un filón de agua antes de morir, delante, los capuchinos norteamericanos celando los mosaicos romanos privilegiados en la terraza más conspicua del Pentateuco, qué barbaridad señoras y señores, por detrás, Madaba, la ciudad jordana repleta de naranjas egipcias y más cabras per cápita (las jordanas con piel, las que no, en carne viva) y al fondo Jerusalén.
En ese momento una rociada de misiles la cercó por completo y nos quedamos, como Moisés, a las puertas de la Tierra Prometida.