Segundo Villanueva / São Paulo, 09 de Abril de 2022
Segundo Villanueva Fernández. São Paulo, 9 de abril de 2022
Como cada mañana, a eso de las once me voy a la Escuela a ver cómo están las cosas, un trayecto en el que encuentro personas con rostro y los mejores soles de abril, São Paulo, la ciudad gris por excelencia, donde acostumbra a prevalecer siempre una sempiterna exhibición monocromática y hormigonera.
Esta peregrinación la realizo por respeto al trance, es una manera de encontrarme bien conmigo mismo, inconscientemente no puedo evitar la sensación de que todo irá mejor yendo y no si no, los precavidos albañiles encofrarán con una inusitada y adicional delicadeza los marcos previstos para los armazones de aluminio, carísimos, el acabamiento en blanco mediterráneo obtendrá el punto inmaculado próximo a la leche desnatada deseado, y los escombros darán paso con celeridad al orden, en parte, todo por causa de mi andanza matinal y diaria, ese decreto que inevitablemente busco todos los días azorado en lecturas que repriman las ganas de batirme en duelo con este mundo artificial y forzado diferente al que me contaron mis padres, me enseñaron los maestros y vi de la gente.
Confío en el retorno de la vieja realidad y que nos purguemos como los caracoles tal y como hacía mi abuelo antes de cocinarlos con un puntito de sal, solo un puntito, ojalá los grandes sociólogos que promueven las relaciones sociales teledirigidas y distantes como un gran estigma y motor económico se equivoquen (Granovetter) cuando la vida aterrice en el cuerpo.
Mientras tanto, seguiré queriendo conocer un poco más a Malinche, Moctezuma, Hernán Cortés, Technoctitlán y las gafas de sol de los jesuítas en el Perú a través de las cuales, forzadamente, solo veían una realidad de grises y verdes. Como signo de penitencia.