Hace unos años una película española titulada “El pozo” popularizó un adjetivo un poco prepotente y arriesgado: obvio. El sujeto era tan intrigante como la propia película en sí, una sucesión de metáforas que representaban la vida misma y que conquistó tantos detractores como admiradores.
Al llegar a Brasil (hace tantos años) a aquel Brasil unívoco donde la mortadela era Sadía, la cerveza Brahma, el coche Gol, y la televisión Globo, los entrevistados no decían muchas cosas pero siempre concluían sus afirmaciones con un “com certeza” (obvio) bien concluyente. El “com certeza” me llamó la atención porque certezas en aquella época en la cual era bastante más joven no tenía ninguna y admiraba cómo Brasil lo tenía todo tan claro, a través de la Globo.
El sujeto de El Pozo y su obvio no me pasó sin embargo ninguna seguridad, al contrario, muchas contradicciones y algún fantasma, una señal de que quien las tiene todas consigo normalmente se reserva una gran y secreta sorpresa a la vuelta de la esquina.