Quizá la mejor manera de llegar a ser un buen profesor de español es llegar a ser él mismo. Estoy hablando de una cuestión personal, no tanto técnica, de preparación.

 

Pero para ello, son necesarios unos materiales que le permitan realizarse y proyectar sus ilusiones y su parcela de ambición.  Existen unos que representan corsés.  Otros, una complejidad tal que derivan a lo largo del curso, en la separación de los intereses entre el alumnado y el cuerpo docente. 

 

El material debe ser un instrumento pedagógico, una traducción limitada de una propuesta mayor, que es la concepción metodológica donde el profesor haya escogido trabajar.  No se puede deslindar propuesta metodológica con el librillo del maestro.  Todos lo tenemos, los que participamos de un proyecto, además, tenemos una visión, un plan de futuro.   Una clase laxa es un profesor, una clase completa es un mundo más complejo y perfecto, que necesita de un intérprete, alguien que haga tocar la partitura de un trazado ideológico previamente determinado. 

 

Que el profesor llegue a ser él mismo es la primera piedra para construir una buena entrega del producto enseñanza-aprendizaje; saber interpretar el mundo, concebirse importante y constituirse pieza fundamental de una estructura académica revierte en un producto todavía mejor, más sólido, veraz y de futuro.