A la irresoluta selección brasileña del 82 se le llora hasta hoy en proporción directa a cuanto se reniega de la victoriosa del 94. Si yo fuera Bebeto o Taffarel, Mauro Silva, Jorginho o Romario, intentaría devolver este título triste, el Brasil ingrato no lo reconoce. Muy propio del ser humano llorar a los hombres …