Prefiero un Getafe Osasuna

Hay cosas difíciles de tragar, de las más, un Getafe-Osasuna, el terruño y la distancia descontrolada junto con la salva de años confluyen para que uno se quede inmutable delante del televisor asistiendo dicho tormento pero pidiendo perdón a comentaristas, hijos y Brasil entero, lo bueno, su conversión en meme, dilucidando discusiones que no llevan a nada, cuando se tercian, y harto de paciencia, para salir por la tangente la referencia de un Getafe-Osasuna antes que perder el tiempo con discusiones insanas es una buena excusa para constatar que la cosa está bastante tostón.

¿Es igual sin público?

Sin el jolgorio de los graderíos, imposibilitados de recrear escenas para la galería, inutilizado el márketing, probablemente estemos, finalmente, recabando jugadores terrenales.

Son lo que son, es lo que hay.

Puro juego, una línea limpia donde la estrategia y el espíritu competitivo prima sobre la instauración de la adrenalina impostada de la representación, el jugador recuperando su soledad y a través de la individualidad, el espíritu de equipo, absorbiendo neutralmente las imposiciones del patrón, su entrenador, como cualquier otra empresa, bien lejos de las interferencias fantasiosas y aleatorias que sobrevenían cuando en los estadios había gente.

Surge el profesional, aparece el hombre, turbinando estrategias, el fútbol crece como maniobra, por primera vez lo dejan en paz, pensando.

Punto final. Por el momento, algunas reflexiones

El Madrid cayó por inercia, un grupo envejecido e intentando repicar algo a lo que se le empieza a pasar el punto, peligro.

No hay cosa peor que comparar a los jugadores con otros anteriores, o con su pasado, alarma.

El Barcelona cayó con estrépito ante un rival acelerado y proveniente de una liga con 18, y con todo el hambre del mundo después de no haberse comido un rosco en bastante tiempo.

Es inevitable hacer un inciso sobre pretéritos y recuperar viejos gestos, obscenos, que normalmente se vuelven en contra con el tiempo y que nunca lo parecería, la vida nos depara tantas sorpresas que lo que debemos hacer con ella, siempre, para evitar sorpresas intempestivas, es ofrendarla siempre con educación, si no, se corre el riesgo de los 8 dedos PIQUASSIANOS memetizados por media España más uno mayoría absoluta.

Será difícil que al Madrid le hagan 9, pero no por ello hay que perder las formas. Bueno.

Siempre nos quedará el Sevilla, un fiel representante del fútbol español, el bloque asegurado sin fogonazo de estrellas, aquel modelo que nos dio el campeonato del mundo en 2010.

¿Se necesita público en el fútbol?

Igual sí.

Igual no.

Cuando volvió la competición el desempeño general de los equipos fue el mismo del periodo anterior. Quien perdía, continuó haciéndolo, y aquellos que solían ganar, también.

Esto nos lleva a pensar que la presencia de espectadores puede generar una energía adicional y complementaria al espectáculo, humanizándolo, agregándole color, además de un cierto sabor regional, pero sugiere que no es significativa en relación al desempeño deportivo.

El fútbol nos ha mostrado el camino, su adaptación a la adversidad supeditando el miedo a través de una prescripción profiláctica estricta y ejemplar, muestra que hay vida dentro de la incertidumbre.

Fútbol sin gente

No pasa nada.

Una cosa es la competición, otra el espectáculo, con gente, más importancia, sin gente, igual de competitivo.

Pero aquí, como se habla según le va a uno, y jamás por los otros, (todavía no ha nacido un troglodita moderno que no anteponga sus intereses al del común, y peor, no los revista de carácter general), periodistas que continúan practicando en sus casas por videoconferencia y cobrando igual, reniegan del fútbol distinto.

Hace mucho tiempo que el fútbol es un auténtico tostón, el terruño, el césped bien cortado, incluso el orden para entrar o salir del estadio aplacan el aburrimiento, una inflación monumental de personas que ahora adquiere su justa medida.

Pocos llorarán no ir al fútbol moderno.

Que siga la competición ya.

Sin fútbol, y con el peso de la existencia

Vivir sin fútbol es vivir consciente y a veces se torna necesario no hacerlo, principalmente desde el viernes por la noche hasta el domingo a la tarde.

Los sueños de la razón producen monstruos decía Goya, y a fe que cuando nos llega el fin de semana para homenajear a la sinrazón, ese cataclismo futbolero nos redime como seres humanos que somos.

Ahora que ya no lo tenemos, los que lo amamos sufrimos el impacto de depararnos no solo con la supresión de nuestra ataraxia vital y que pudiera hermanarnos finalmente con un entorno normal pero quizá desconocido, como es la familia, el deporte, las comidas en grupo, lo espiritual, la cultura, la reflexión individual, el descanso, con el entorno normal suprimido, en definitiva, sino que nos depara con la peor de las realidades desde la 2a Guerra Mundial, un baño explícito de configuraciones grotescas a las que intentaremos en los próximos meses encontrarles un por qué.

El peso de la existencia es a veces insostenible, nuestras preocupaciones, inadmisibles, es necesario recuperar nuestra escala de valores y sufragar el desastre ocasionado a la herencia de nuestros mayores.

Tengo la seguridad de que cuando vuelva el fútbol, apreciaré sus cosas y también otras que su áurea no me dejó ver ahora que no está.

Fútbol antisocial

Qué difícil hoy acabarse un partido de fútbol por la tele, su proliferación disminuye el interés y los aparatos electrónicos por primera vez en la historia restringen el carácter social a lo que antes generaba una congregación multitudinaria y espontánea.

Los límites de las cosas son intangibles como los desastres del agua, lentos pero inapelables.

Da la sensación de que su nivel de hartazgo está lanzando varios mensajes, como la falta de calidad técnica debido a la exhaustión de los jugadores, conflictos desmesurados al gestionar el lugar donde se encuentra la televisión principal en unos espacios privados donde las líneas preclaras de la jerarquía ya no existen…

El partido retransmitido se esperaba en los 80 como una fiesta con todos sus ingredientes.

Y después de 10 años, se cumplió la profecía…

El fútbol inglés reina en Europa después de pegarle al poste durante 10 años seguidos, esto no quita para que a lo largo de la década todo el mundo lo considerase el mejor, imagino que ahora podrá descansar en paz sabiendo que al final tenía razón.

Lo que está claro es que en fútbol no hay lógicas, pero a la larga siempre gana el mejor y durante este tiempo España fue el país más competente en Europa, en las dos velocidades, alguien podría decir que lo del binomio, etc, el Sevilla y el Atleti se comieron también el resto.

Guardiola dijo un día que el Madrid no fue un gran equipo en los años anteriores, a pesar de haber siempre bailado con la más guapa, me acuerdo del mundial del 70 donde Perú era considerada la selección favorita para llevarse el título, a la postre fue Brasil.

Confundir competencia con estética, formato o estilo y no contrastarla con la realidad a ver qué ocurre es un ejercicio típico de preferencia personal, los ingleses fueron los que más jugaron a lo mismo consiguiendo formatear un solo fútbol en 20 equipos diferentes y todo ello, llenando sus estadios, los equipos españoles alejados del concepto producto futbolístico, fueron sin embargo los más competentes de la última década.

Este año ya no lo serán más.

El Barcelona y una pica en Flandes

Existe psicosis que traba la espalda y el Barcelona busca la espalda porque existe psicosis, cómo es posible no remediar la recurrente tragedia, el desenlace previsto, un Madrid Barcelona reconvertido en película feliz o infeliz sin moneda al aire, herida mortal,  moral en forma de fútbol donde parece alojarse el bien y el mal definitivamente en los colores de los dos equipos más importantes del mundo, es lo que debe de dar un equipo visceral e imprevisible ante otro basado en el trazo.

La pica en Flandes ya no es tal porque los tercios blaugranas rehabilitan el camino catalán con ninguna tragedia, solo repetir el guión que ganan.

Al Madrid siempre le cabrá la épica, la rehabilitación inesperada que envuelve el áurea del héroe maltrecho.