Por su interés, y por estar completamente de acuerdo, reproducimos el Apunte de Segurola en Marca.
Los pretorianos mediáticos de Florentino Pérez han decidido ensuciar el nombre de Vicente Del Bosque por tierra, mar y aire. El detonante ha sido la negativa del seleccionador español a acudir a la entrega de la medalla de oro y brillantes que le ha concedido el Real Madrid. Es un rechazo que le sale del alma porque considera que la concesión no es sincera y está llena de las maquiavélicas sutilezas que convierten la distinción en una pamema.
Del Bosque tiene más orgullo que vanidad. Es un hombre sensato y justo. Lo ha sido siempre: como jugador y como entrenador. Entre sus muchas cualidades figura una muy poco habitual, la de reconocer sus errores y sus responsabilidades, ejercicio ético casi desconocido en el actual Real Madrid. Dice mucho del club y sus alrededores el ensañamiento con una persona a la que se pretende homenajear.
No es novedad el rechazo visceral que Florentino Pérez siente por Del Bosque. Viene de lejos, desde su primer día como presidente del Real Madrid, en el verano de 2000. La conquista de la Copa de Europa semanas antes de las elecciones obligó al nuevo presidente a mantenerlo en el cargo. Se impusieron las encuestas, siempre trascendentales en las decisiones de Florentino Pérez.
La trayectoria de Vicente del Bosque entre 2000 y 2003, su último año en el Real Madrid, está coronada por éxitos que el club no ha vuelto a repetir desde su salida. En ese periodo ganó la novena Copa de Europa, dos Ligas, una Copa Intercontinental y una Supercopa, palmarés magnífico para un entrenador que nunca recibió el reconocimiento de su presidente. Al contrario, se trasladaba la impresión de un técnico que obstaculizaba el fulgor de los célebres galácticos.
Esa fue la dura realidad de Vicente del Bosque en aquel Real Madrid, una realidad muy dura de asumir tanto por el entrenador como por el presidente, que no encontraba la manera de deshacerse del técnico. Aprovechó la eliminación del Madrid frente a la Juve –Figo falló en Turín el penalti que habría torcido la historia- para tomar la decisión que siempre deseó. No renovó a Del Bosque, a pesar de la victoria en la Liga 2002-2003, con aquel memorable rush final de Ronaldo que permitió superar a la Real Sociedad en los últimos seis partidos.
No ha sido la última vez que un entrenador del Madrid se encuentra en una posición de indefensión frente a su presidente. Durante mucho tiempo, Florentino Pérez consideró que el técnico, cualquier técnico, era una figura sobrevalorada, por no decir prescindible. Del Bosque, Queiroz y Pellegrini sufrieron ese desdén implacable. Pero en ese capítulo, como en otros tantos, Florentino Pérez tampoco ha sido coherente, hasta el punto de girar su opinión de manera radical: toda la defensa que no hizo de sus anteriores entrenadores se la ha concedido a Mourinho. Del entrenador decorativo se ha pasado al entrenador-presidente.
Uno de los aspectos más indecentes de la campaña contra Del Bosque es el que pretende colocarle la etiqueta de pesetero. De repente comienzan a filtrarse las cifras que supuestamente pedía Del Bosque para renovar su contrato en la primavera de 2003. En aquella época, el euro ya era la moneda corriente en España, pero la columna de exégetas de Florentino Pérez y detractores de Del Bosque se refiere a aquel contrato en pesetas. A todos les ha dado por referirse a los 1.500 millones de pesetas que pretendía el técnico por tres temporadas, en lugar de nueve millones de euros, que era la misma cifra y además la de curso legal.
Por lo visto, es más hiriente y tiene más gancho hablar de cientos de millones de pesetas que de una cantidad que no alcanza el doble dígito en euros. No parece gran cosa que Del Bosque exigiera tres millones de euros por temporada. Su historial merecía eso y más. En los ocho años de Florentino Pérez como presidente del Real Madrid, el equipo ha ganado siete títulos, cinco de ellos en el periodo de Del Bosque como técnico. Los otros dos corresponden a Queiroz (la Supercopa de España) y a José Mourinho (la Copa del Rey de 2011). Frente a las modestísimas conquistas en los cinco últimos años de Florentino Pérez al frente del club, Del Bosque ha sido un ganador en toda regla. La conquista de la Copa del Mundo abona todavía más esa idea.
La recurrencia al tiempo de la peseta tiene un punto de grosería y mala uva, pero resulta cómica. Hablamos de un club que pagará a 80 millones de euros –salario bruto- a Mourinho por cuatro temporadas, más los 16 millones de euros que se abonaron al Inter de Milán por su contratación. Es decir, 96 millones de euros, o 16.000 millones de pesetas, por utilizar la vara de medir que se aplica a Vicente del Bosque.
La virulenta campaña contra Del Bosque, y las mezquinas razones que se utilizan contra él, explican su desconfianza ante una distinción que no ha merecido la llamada de Florentino Pérez, que ha delegado en un empleado del club, Emilio Butragueño, la responsabilidad en las conversaciones con el actual seleccionador español. Hasta para esa cuestión formal no se ha producido la espontaneidad que requiere una situación como ésta.
Ha pasado un año y medio desde el éxito en la Copa del Mundo, también protagonizado por un hombre que perteneció durante 34 años al Real Madrid, más de la mitad de su vida. Por donde pasa, siempre deja bien alto el pabellón de un club al que adora. Lo hace de corazón, como un acto de servicio a una entidad que le forjó como persona y como profesional. Ese club ha tenido la oportunidad de valorarle como se merece, con la prontitud y el entusiasmo que Del Bosque ha apreciado en otros clubes y no en el suyo. Llegado a este punto, Del Bosque probablemente ha considerado que se trataba de elegir entre la justicia o la conveniencia política. Ha elegido la vía más incómoda, la que más se ajusta a su carácter. El precio de la inconveniencia política comienza a pagarlo. Ya se encargan de proclamarlo los pretorianos del poder.