Escribe David Gistau en El Mundo:
Marquesado del Tiqui-Taca
En la ‘Historia verdadera…’ de Bernal Díaz del Castillo, viene consignada la hazaña de Diego de Ordaz. Un conquistador zamorano de la tropa de Hernán Cortés que, probablemente después de encomendarse ante los compañeros a un voto testicular, y quién sabe si entibiado de tragos, fue el primer europeo en ascender hasta la columna de humo que exhalaba el volcán Popocatepetl. Por ello, recibió del emperador Carlos un barniz nobiliario y el derecho a estampar en su escudo de armas una silueta de la montaña doblegada.
Vicente del Bosque habrá sido el primer técnico español en alcanzar la cumbre de otro volcán por el cual siempre fuimos derrotados, el de los mundiales de fútbol. Y por ello, aunque no esté obligado ahora a hacerse diseñar un escudo de armas que incorpore el trofeo entre flores de lis, el Rey ha remedado rituales medievales haciéndole marqués. ¿Marqués de Soccer City? ¿Marqués del tiqui-taca? ¿Marqués de Por Fin Pasamos de Cuartos?
Comparte el honor, suponiendo que lo entienda como tal, con otros personajes, tales como Vargas Llosa, marqués de Nobel. Pero, de igual forma que a sus contemporáneos les premian valores personales, el título concedido a Del Bosque reconoce un mérito que disfrutó el país entero, prolongado en su selección como no es posible en una obra literaria: al volcán sudafricano trepamos todos, en la estela de un equipo de fútbol.
Ahora bien, un título nobiliario no deja de ser una fruslería propia de la endogamia monárquica. Y a Del Bosque ni siquiera le pega con la personalidad terrenal, ajena a vanidades, ni con su espíritu comunal, que le impide atribuirse méritos que no sean compartidos con sus muchachos: los que hacen un gol en el minuto 117 de una prórroga o desvían con la punta del pie un remate de Robben con el que habría acabado todo.
No es posible concebir que Del Bosque vaya a creerse ahora marqués. Que empiece a dar ruedas de prensa con una peluca empolvada, que altere una forma de ser que siempre se mantuvo apegada a la discreción y a la ley del vestuario.
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La monarquía británica frecuenta más este tipo de reconocimientos en las artes y el deporte. Hasta Mick Jagger es tratado de ‘sir’, como Alex Ferguson, el longevo entrenador del Manchester United.
Habrá que esperar un tiempo para descubrir si este ascenso social afecta en las relaciones psicológicas de nuestra selección de fútbol. Pues no es lo mismo que desde la banda te grite “el bueno de Vicente” a que lo haga un marqués al que se le va poniendo cara de sello. Cuando España ganó el Mundial, todos dijimos que el equipo por fin ingresaba en la aristocracia del fútbol. Era una imagen que sólo el Rey se tomó en serio: él, a través de Vicente del Bosque, ha resuelto meter el fútbol en un cuadro como ‘La rendición de Breda’, entre gárgolas de El Escorial y formalidad de gorgueras, en la memoria épica de una nación, en la galería de retratos de los antepasados que aquí no fueron quemados por una revolución.
Es normal que se diera ese gustazo: hace siglos que un Rey de España no encontraba razón para apoyar su espada sobre el hombro de un conquistador arrodillado. Otra cosa es que a Del Bosque se la chufle, tipo del bar de la esquina, de los nuestros, como es.
Pedro Martín / España aquí – Escola de espanhol em São Paulo – Curso de espanhol: “El Fútbol Español: Ayer, Hoy y Mañana”. Tel. (11) 3083.3334. info@espanaaqui.com.br