Siempre corría los domingos al mediodía después de misa y antes del arroz de paella y el pollo con patatas fritas, y siempre ganaba, por lo tanto, asistir por televisión el campo a través cuando corría Mariano Haro era como la segunda parte de la liturgia, una rutina que acababa bien, como lo era también el vermut de los hombres que precedía a la comida, la paga de los abuelos de después, el café copa y puro de los bares por la tarde, las chucherías de niños antes del cine parroquial, los atardeceres lentos y negros culminando el último día de la semana.
Parecido a mi padre porque tenía el pelo negro y la tez morena, un hombre típicamente español, probablemente mi primer idealizado pero cercano héroe de infancia.