Es difícil una final del Madrid sin vértigo, ¿existe alguna como la de los anuncios de patatas Lays y Heineken?

Recuerdo a Pirlo con sus amigos atendiendo al entregador en cuanto su equipo marcaba el gol de la victoria, Pirlo, con esa cara anticuada de ojitos pequeños y reducida expresividad constataba que los accidentes son accidentes porque ocurren al azar y la nuestra, vida, es un sorteo permanente de azarosidades ante los cuales es inevitable sufrirlos con estoicismo. Perder finales de Champions o una Eurocopa es más que bastante como para ausentarse del guateque, no presenciar el momento histórico de tu equipo y qué más da.

En las últimas finales del Madrid nunca cupo reunión de amigos porque era para perderlas todas, mejor solo que acompañado para así no darle vida a las colectivas e inútiles lamentaciones consecutivas y más que probables, ese parlamento desagradable y desordenado que jamás rebobina la historia a pesar de, por momentos, creérselo.

Una discusión triste, inútil para ahondar con todo lujo de detalles en la tragedia (en una final solo cabe la tragedia o la épica, tocaba tragedia más que épica, porque la primera es racional y viene antes, la segunda no tiene explicación, es una vaga voluntad) y que encaminó a la soledad a mucho madridista que no tenía por qué pensar, a buena fe, que aquello acabaría bien.

Con el Dortmund se atisba una contenida tranquilidad, buena compañía y un final feliz.

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