Cuando Ronaldo bajaba la cabeza con un gol del compañero, qué difícil resultaba entenderlo entre los madridistas, atribulados hasta para explicarlo al enemigo, pero ahora ido en la Juventus todo encaja, Ronaldo nunca apreció al Real Madrid, tampoco a su afición, la única en el mundo que censura por impaciencia, algo a sus compañeros, pero jamás sus brillos, devaluados que si no de él.
Nadie le llora, lo más triste de todo, su ausencia deja un alivio entre los jugadores, el Bernabéu y los aficionados de a pie, solo los niños, grandes entendidos en películas con héroes, mostrarán cierto desconcierto cuando vuelvan al colegio al depararse con la mayor incógnita ofrecida tras el cansino divorcio, cuál el gesto artístico de superhéroe a imitar, qué se inventará el megaglorio que no remita al Madrid, para nosotros adultos, como ya lo dijo Julio Iglesias, lo cortés no quita lo valiente, le cantaremos con melodía de fin de tarde, que lo mejor de su vida nos lo hemos llevado nosotros.