A la irresoluta selección brasileña del 82 se le llora hasta hoy en proporción directa a cuanto se reniega de la victoriosa del 94.
Si yo fuera Bebeto o Taffarel, Mauro Silva, Jorginho o Romario, intentaría devolver este título triste, el Brasil ingrato no lo reconoce.
Muy propio del ser humano llorar a los hombres cuando muertos, casi hasta obrar su resurrección, pero parando siempre un poco antes, no vaya a ser que se obre milagro. Loar al vivo, de veras, una manía poco habitual, para réditos sí, ay si se pudieran matar los éxitos del audaz…
El residuo de Sócrates, Zico y los otros tuvo su cónclave en México 86, la constatación de la defunción del fútbol arte, entonces se demostró que a la pintura había que ponerle cartabón.
No supe hasta bien después que tras la oscuridad de Argentina 78 intentó salir el sol en España con un Brasil luminoso pero frágil. Con el tiempo uno acaba por descubrir que Italia y Alemania siempre constatan el fútbol.
Lo mismo con Holanda 74, a la que nadie vio, un muerto loable convertido en residuo definitivamente 4 años más tarde en una magnífica tarde de Kempes en su Monumental. Qué hartazgo lo de la naranja mecánica que revolucionó el fútbol y nunca ganó nada. ¿Jugó Alemania la final?
En fútbol siempre gana el mejor, pero la ecuación no entiende de hermosura, Brasil en el 70, un equipo cuestionado antes y durante el torneo, solo jugó con gracia contra Italia, .
Lo bueno está por venir y lo mejor no fue, el hombre y su afán de no ser de donde está.