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Me acabo de despertar con las 100 razones del ABC para que Cataluña continúe integrada en España. Hay algunas un poco folclóricas, otras graciosas, muchas cabales, otras sentimenales, algunas, dudosas, las más, razonables. Cada cual hará sus análisis pertinentes y observaciones meticulosas, pero la que más me llamó la atención y creo más poderosa, es la raigambre común establecida durante 500 años en un transfondo compartido llamado España.
Alguien dijo una vez que la historia no se reeescribe, y tiene razón. Si ponemos en una balanza lo que de común tenemos los españoles de cualquier área geográfica que sea, llegamos a observar comportamientos similares relacionados con la alimentación, control del tiempo, percepción del futuro, organización familiar, estrategias de amistad, idea del ocio, intuición del binomio trabajo-sustentabilidad, además de otras características más puntuales, como el pesimismo aplastante cuando las cosas van mal o el optimismo caballar cuando las cosas van bien, cierta resignación a la procedencia nacional, como decía Luis Cernuda (soy español porque no puedo ser otra cosa -cuánto daño da el no salir de esta cerrazón infame)…
Me entiendo mejor con un catalán bueno que con un francés bueno. Pero bien con los dos. Aunque más con el primero que con el segundo. Sin embargo podría hacer sociedad con ambos. Y muchísimo mejor con un francés bueno que con un catalán malo. Esto quiere decir que las nacionalidades no están por encima del transfondo humano, a pesar de que algunos políticos, que ya no pueden rectificar, se empeñen en convencerme de que una línea imaginaria, que nada tiene que ver con la intepersonalidad, y trazada en el albur de los tiempos, la mayor de las veces, a la fuerza, sea más importante que yo.
Segundo Villanueva, São Paulo