Comer es un continuum de oportunidades.
Se puede comer caro, barato, en bocadillo, en plato, con arte, con muy poco estilo, a lo bruto, demasiado o poco.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención desde que estoy en São Paulo es la capacidad de la ciudad por incorporar platos internacionales a gran velocidad.
Y de todos ellos, los bocaditos o los matahambres, más si cabe. Ya fue el tiempo de los kebab, una importación alemana pasando por Turquía.
Año 2019, es el tiempo de los choripanes, una construcción más próxima que gravita entre Argentina y Uruguay basados en las longanizas de cordero, pollo o vacuno y envuelto en variadas salsas que normalmente acompañan una cerveza.
¿Se puede comer más barato y mejor? Si entendemos que la gastronomía es una estrategia social, tanto para el que cocina en casa como para las reuniones exteriores, qué más se necesita si al hacerlo lo hacemos barato y sabe rico, rico…
Los matahambres o las comidas de los antiguos butecos, hoy transformados en estilosos rincones de autor, son una de las mejores soluciones ya vistas en la ciudad, contrastando con otros restaurantes, en el polo opuesto, reyes de lo estrafalario, exagerado o la etiqueta surgida a veces, o parece parecerlo, de lugares que no se corresponden al que hablamos.