No hay quien nos entienda…

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El día 19 de junio se produjo la proclamación de Felipe VI como Rey de España.  La ocasión pintaba fastos, pero la situación que atraviesa España y medio mundo, no.  Los lujos y excesos, solo para el fútbol del Real Madrid y Barcelona, pero no para el común de los mortales, y mucho menos para la Casa Real, que como reza el refrán, representa al primero de los españoles.

Pocas banderas, poca gente, problemas para conseguir las acreditaciones, exención de evento religioso y cierta premura para pasar de soslayo ante un trámite que se antojaba trámite, también presionado por la rapidez del proceso pero que en definitiva no debía albergar más importancia porque los tiempos que corren probablemente la condenarían.

Había también una idea de que en el discurso inaugural Felipe VI aludiera a las comunidades (nacionalidades o regiones), y se expresara en las 4 lenguas cooficiales.  Y así lo hizo.

Desde mi punto de vista, el evento, la ceremonia y el postrero discurso fueron higiénicos y limpios, cumplieron el trámite a la perfección como no podía ser de otra manera y rápidamente nos cambió el chip de una manera tranquila.

Sorprende que El País criticara todo, hasta la ausencia de banderas, (El País pidiendo banderas españolas) la sordidez del acto y las pocas palabras en euskera, catalán y gallego del Rey.

Desde luego que nunca llegaremos a un acuerdo en nada.  Está más claro que el agua.   No es una socidad, esta la española, invertebrada, como diría Ortega, es una sociedad totalmente descuageringada, como diría mi abuelo.

Segundo Villanueva

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