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La película, independientemente de si te gusta Almodóvar o no, hay que verla. Como todos saben, trae una crítica oscura y pesada de los desvaríos administrativos (capital público y privado) de los felices primeros años 2000.
No estoy seguro de si los brasileños saben que ese aeropuerto que nunca fue inaugurado, el de Ciudad Real, llamado Aeropuerto de La Mancha, es de verdad, no un set de rodaje, no funciona, pero si hubiera aviones, valdría. En España hay algunos otros, como el de Castellón o el de Huesca, donde no hay vuelos, y se están pensando en reconvertirlos a pistas de pruebas de coches o cosas por el estilo. Además de aeropuertos hay puentes, autopistas o edificios “ad hoc” para exposiciones que no se les consiguió dar ninguna utilidad posterior, como la el pabellón de Aragón, de quien nadie se quiere hacer cargo, herencia de la Expo de Zaragoza.
Almodóvar coloca en la batidora sexo, familia, normalmente religión y ahora, política.
El Aeropuerto de La Mancha, sin él saberlo, se convirtió en un montaje para una película de Almodóvar. No todos pueden contar eso.
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