El plan, de la familia, es que los sábados toca salir al campo.
Pero no al de fútbol. Que ya me gustaría a mí ponerme las botas y pisar campo de verdad. Pero, pobre, no puedo ya ni con las tabas.

El plan, de la familia, era hoy merodear en torno a la majestuosa Encina de las tres patas. Un árbol de nuestra tierra, Navarra, con 1.200 años de edad que está en pie de puro milagro. Lo de las tres patas es una descripción atinada de las gentes de Mendaza. El hueco que dejan en su base es de verdad como una puerta al campo. Peculiar. De esas maravillas de la naturaleza que hay que ver.

El plan, de la familia , era ese y disfrutar del entorno, respirar aire puro y caminar por las sendas circundantes, que dan para una buena caminata. Un plan de muchos.

El plan, de la familia, era el propio de quien busca alejarse de los malos humos urbanitas. Un plan que suelo hacer mío a regañadientes, pero que hoy, para mi sorpresa, podría haber salido incluso de mí. Hete aquí que por fin descubrí que sí, que se pueden poner puertas al campo. Como las de la encina. Mejor aún. Porterías. De Fútbol. De esas que, pasados muchos años, siguen en pie entre la maleza en lo que un día fue un campo de fútbol en una preciosa era en el monte.

De normal mis paseos son de tono distraído, pero descubrír aquellas porterías de hierro oxidado, aún firmes, en mitad de un bosque de encinas fue como para mi hijo el pequeño perseguir a una mariposa grácil y de colores vivos. Algo maravilloso.

¡Qué plan! Campo. Un campo de futbol en mitad del campo. Me puede la afición.
Durante un rato me imaginé como el amor por el fútbol llevó, en otra época, a los pioneros de este deporte a plantar dos porterías allí. Vaya craks. Imaginé cómo los chavales del pueblo dieron sus primeras carreras tras la pelota en aquel lugar increíble, en el que a falta de gradas tenían un bosque encima. Imaginé como sería tumbarse en la hierba fresca natural tras el esfuerzo del juego y guardar silencio. Imaginé a un chaval dispuesto a botar una falta, un córner, un penalti con ese horizonte en la mirada. Vaya sitio.

La naturaleza casi se ha engullido lo que un día fue ese pequeño y coqueto campo de fútbol, pero las porterías permanecen erguidas. Reclamando para sí aquel pedacito de campo ya casi olvidado. Otro monumento sorprendente junto a la milenaria Encina de las tres patas.

El plan, de mi familia, perfecto.

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