Por qué la verdura no da felicidad pero sí tranquilidad de conciencia, cuál es el motivo por el que la grasa acabe siempre por pervertirnos con sus redes ideológicas vendiendo nuestra alma al diablo a sabiendas de incurrir repetidamente en el consabido y sempiterno error, por qué el hombre no consigue superar al estómago sobreponiendo sus conexiones neuronales, en principio encargadas de adoptar las decisiones, prevaleciendo el éxtasis a la beneficiencia, por qué nos gusta más una sudorosa hamburguesa a un cálido plato de alcachofas hervidas con un maternal sofrito?
Existen dos tipos de personas, los de aquí y los que aspiran a un mundo mejor, esto último no se adquiere en la patata frita, que da mucha felicidad al rato, y sí en la idea que sugiere un futuro, pero normalmente la inversión a plazo queda excluida cuando quien decide es la pulsión del hambre, hay una idea constructiva al pensar que cuando seamos mayores del todo nuestras tripas constarán con mayor empaque para afrontar los rigores del declive, pero, quién lo piensa hoy para tan largo, cómo desdoblar el tiempo rechazando hamburguesas con queso o humeantes picañas a la brasa?
El perverso gastronómico presume de meter muchos goles, sin lugar a futuros pero con un presente brillante embadurnado de alegría.
Hay quien dice que cuidar de los árboles no está mal pero que antes de nada el hombre debería cuidarse de sí mismo para hacerlo con los otros, poner un verde es clavar una pica en su propia sustentabilidad.