Acabábamos de comer y, animados por la satisfacción del buen bocadillo, el baño y el descanso al borde de la poza decidimos continuar el camino de regreso, esta vez en sentido circular, así completaríamos un sendero que nos iba a llevar de principio a fin, y lo haríamos con unas bonitas y agradables vistas panorámicas…
Estábamos subiendo los tres, Jose mi marido, mi hijo Marcos y yo. Caminábamos alineados, confiados al puro azar de nuestras pisadas, sin descansar, a buen ritmo, disfrutando del placer que te da el ejercicio físico cuando sientes que lo dominas, respirando el oxígeno abierto que desprende la vegetación, mostrándonos cada planta, cada una más preciosa y singular.
Un calor intenso hizo su aparición, yo me estaba poniendo más roja que un pimiento, me lo sentía como un pálpito en el rostro aunque no podía verme. Más tarde, Marcos y su padre me dijeron que estaba muy colorada, que me colocara la visera por si acaso no me fuera a dar un patatús, no era cuestión de semejante chandrío. Me negué, típico de mí y vacié media botella de agua calentosa sobre la cabeza para salir del paso. De pronto, en el lado derecho, algo hizo desviar mi atención y detenerme en el camino que continuaba escondiéndose con graciosa picardía.
Una pequeña y delicada mariposa blanca, de movimientos acompasados se agitaba descontrolada entre las hojas verdes que la envolvían. En aquel instante yo no comprendía que estaba atrapada en una telaraña de la que no conseguía liberarse. Por un momento pensé que era un ser vivo insignificante, uno más que tendría que dejarse llevar a su suerte. ¿Para qué intervenir cuando yo estaba en mi gozo, mi todo?…mejor dejarlo pasar ¡Oh,no,…no!…¿Pero, cómo pude pensar eso?, ¡Dios mío, qué locura más terrible me asaltaba! ¿Era el sol abrasador que estaba turbando mi entendimiento?, ¡Me había convertido en una persona insensible y horrible!
No había tiempo que perder, luego podría detenerme y aclararlo, verdaderamente no era el momento de más estupideces. Dirigí mis ojos hacia la mariposa, la tomé entre mis dedos con mucho cuidado para no lastimarla, era tan hermosa y delicada… ¿Cómo se me había ocurrido abandonarla por un instante? En ese mismo tiempo me desprecié por no haber comprendido el sufrimiento de aquella mariposa que temblaba en su agitada vida.
Deslicé las yemas de mis dedos sobre sus alas, deshaciendo uno a uno los hilos del laberinto que se habían tejido sobre su indefenso cuerpo. La pequeña mariposa blanca ya no temblaba, alzaba su cuerpo y sus alas con exquisita naturalidad, bellísima en su quietud estaba posada sobre mi mano. Fueron unos instantes, aquellos en los que pude contemplar sus ojos y su cuerpo entornados hacia mí, y le di las gracias por ese maravilloso encuentro.
Miriam Villanueva, Pamplona.
¡Maravilloso encuentro!
Se lo diré a mi hermana…
Lindo y afortunado encuentro!
Se lo diré también…