Hace tiempo que la pizza de barrio paulistana se encuentra enferma. Ingredientes de baja calidad retenidos en la deliciosa pero decadente calabresa, exceso de indigesto queso, masa húmeda y relativamente poco cocida, prevalencia en la premura de su entrega motorizada, vale más el contrarreloj que la sobremesa, la comida y su traición…
¿Cuál es la atracción de pedir una pizza a sabiendas degradada de todas sus características tradicionales? ¿No vivimos en la era gourmet, no será que el excesivo culto al chefismo esté generando su némesis natural en el low-cost (no tan low) de la comida?
Pero lo más asombroso es que nos gusta a su pesar y parece que comer tragedia no está mal, quizá esté exagerando un poco pero algo ha banalizado nuestros gustos, el hartazgo de la marca o lo pesado de coger el coche, aparcar, y etc, o pagar tres veces menos por lo mismo en la trinchera de casa, a final de cuentas de lo que se trata es de preservar el estómago, la aldea social del restaurante ya no es más un dato monetizable para la mayoría.
Perdemos al otro y de la boca nos estamogamos, los gustos adolescentes prevalecen frente a los de los adultos y por su simpleza no admiten mucha discusión, vencen.
A pesar de todo ello echo de menos más cariño, deslegitimar al reloj y volver a la piedad de una pizza degustada, no deglutida.