Para un español comer sin hablar de comida es una rutina inviable, en el McDonalds ocurre lo segundo, figuras azoradas cuando las patatas fritas deglutidas en modo hormigonera, miradas al vacío al tiempo que coca-colas en vasos de cartón antes que un mordisco blando el cual graciosamente, o no, vierte por los costados ketchup y queso derretido.
Sin embargo el otro día mi hijo me confesó que qué bueno comer con el padre un macdonalds, de vez en cuando, agregó, en los 15 minutos que nos mantuvimos en el proceso bucogástrico no hablamos de casi nada, ni de lo divino, ni de lo humano, tampoco de sabores, no están, ni llegamos a ninguna conclusión de futuro, pues tampoco lo tenía lo que nos comíamos, afirmamos el estómago y suplantamos el hambre antes de llegar el autobús que lo transportaría a la Universidad. Cumplida la misión.
Los españoles somos muy trascendentes y filosofía para todo tampoco todos los días, a veces qué práctica la inversión de valores gastronómicos maridados en la mejor compañía posible, ni me acuerdo qué me metí.