El otro lado, el del amor, es bueno.
O lo parece. Nunca estuve allí, la verdad.
Lo siento cerca.
Lo malo es que el otro lado está al otro lado del precipicio.
Da miedo.
Pero puedo verlo. Y escuchar.
El run run es agradable, placentero y prometedor.
Suena bien, a feliz.
Pero no puedo pasar. Por el precipicio.
Las gentes del otro lado corretean pizpiretas.
Despreocupadas.
Dan envidia.
Tienen amor.
Me cuentan que para cruzar hay que ir de la mano.
Eso ayuda a ser valiente.
Pero aún así hay que arriesgar.
Puedes caer.
Un día me gustaría ir.
Contigo. ¿Quieres?
El amor está tras el precipicio.
Yo he de confesar que sí estuve.
Hay que arriesgar, se ha de ser valiente, te caes, pero ¡Vale la pena!
Es una bonita forma de decir que está al otro lado del precipicio, vives entre dos mundos (los dos lados) el placentero e idílico y el real e incómodo, pero ¡Vale la pena!