La observación de los tiempos en los diálogos, el vacío entre la articulación de un mensaje por parte del interlocutor y la respuesta producto de un feed-back necesario que muestre la sensación educada de escucha y asimilación del contenido informativo de la otra parte es un canon de comportamiento conocido y elemental para los brasileños.
Habría que explicar por qué un brasileño se mantiene impertérrito ante la alocución de su interlocutor y pacientemente espera que se agote el mensaje para enseguida completar el continuum comunicativo con su propuesta informativa, que es respetada con la misma paciencia canónica y disciplinada del momento anterior.
En otra ocasión lo intentaré.
Contrariamente, el español avanza en el proceso cognitivo del interlocutor superponiendo su argumento, tapando y cortando su cadena argumentativa y lógica, disminuyendo poco a poco la magnitud de las frases de su interlocutor, inconscientemente.
Persigue irremisiblemente y con la máxima premura la monopolización de la gestión de la idea, al menos aparente, que no es otra cosa que la consecución de su idea o prejuicio original.
Lo importante para los españoles no está en el proceso, sino en el desenlace, no en el lento, cadencioso y disciplinado hábito del diálogo.
La concreción del proyecto es infinitamente superior en importancia a los cánones disciplinarios de la puntualidad, del horario, del diálogo excesivamente “demorado” sometido a pautas rígidas de silencios-réplicas-contrarréplicas etc (observar los debates gubernamentales brasileños en la televisión).
El español ansía llegar al final, realizar, concretar el proyecto y colocar la máquina operativa en marcha lo antes posible (antes incluso de sopesar la adecuación o inadecuación de su estrategia).
El volver atrás por una mala planificación forma parte del juego del riesgo empresarial. Esto no cabe desde el punto de vista metódico anglosajón o brasileño, más racional, pero menos ágil, según ellos.
Lógicamente cuando al brasileño se le corta continuamente en sus discursos, considera que quiere ser “orientado ” o convencido, y que en realidad no se perfecciona el acto del intercambio de información o del diálogo.
Juzga al español irritante, pesado, no respetuoso, apresado y maleducado.
Al mismo tiempo, el español “nota algo raro” en la parsimonia de los diálogos y en los abismales silencios que surgen en cualquier tipo de interlocución.
Los silencios, cuando se espera una batería argumentativa expelida de manera más o menos violenta (desde el punto de vista dialéctico), además de sensación de lentitud, produce desconfianza.