Me envía mi madre una foto transcontinental de su ágape de miércoles, unas lentejas estofadas con jamón y garrón viejo, pan y vino, como mandan los cánones de toda la vida.
Esta atalaya gastronómica de padres, como aquella de la Cala de Finestrat que veía piratas, es la manera más práctica para divisar las novedades y que no me sojuzguen sin pelea, discutir con mis hijos los regímenes proteicos destinados a incrementar la voluptuosidad del músculo es una tarea perdida, algo exhaustivo, agotador.
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