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Te estoy viendo. Cuánto tiempo hace ya… Te ibas. Era tu primer día.
Me mirabas con carita de pena, implorándome por lo bajo para que parara el tiempo, para que te dejara allí, en tu casa, en tu mundo, en tu inocente niñez por siempre. No lo pude hacer. Supongo que entonces empezaste a comprender mi debilidad. Como no querer quedarte ¿verdad? en un sitio tan abrigado y feliz.
El cielo es un espacio donde ser eternamente un ángel, pero a los mortales como tú y como yo el tiempo nos alimenta y luego nos devora. Y a ti, pobre, te había masticado como a los demás. No podrías volver atrás.
Oía tus gritos silenciosos, no creas que no. Te conocía, no tanto como mamá, a quien no querías defraudar, pero te conocía bien.
Te asomabas medio a escondidas tras unas gafas azules con mucha pasta y trazo circular. Un bonito disfraz de mago travieso, con el que disimular tus miedos. Oía tus gritos silenciosos, no creas que no. Te conocía, no tanto como mamá, a quien no querías defraudar, pero te conocía bien. Y te quería igual, o más, como te repetía una y otra vez cuando jugábamos solos en tu habitación; aunque tú y yo supiéramos que eso era imposible. No hay nada más allá y tan cierto que el amor de una madre por su hijos, aunque ella misma crea que no los ha querido.
Tu sonrisa
Tu sonrisa era nerviosa, impostada, delatada por el rechinar de unos dientes de leche que el cansancio te impedía apretar con fuerza. Agradecías los besos, los achuchones y las arengas de ánimo, y mucho más la mano que te ofrecía tu hermana.
No estabas solo. No tenías motivos para preocuparte. Pero el miedo te aturullaba y te tenía a un tris de llorar.
No supe qué decir, ni qué mueca tranquilizante dedicar, pero recordé qué es lo que más te gustaba hacer. Así que, en una gesta irrepetible, corrí a tu habitación y elegí uno de los aviones de papel que plegaba y decoraba para ti. Uno listo para volar.
El gesto
El gesto te cambió. Era tu planeador favorito, de alas anchas y punta afilada. Pintarrajeado también por ti. Lo metí con cuidado en tu mochila, como quien pone en ella lo más valioso que puede ofrecer. Y me di cuenta por fin de que tú, como nuestro avión, también estabas listo para volar. Primero en círculos, quizás; luego recto y sin mirar atrás.
Pero sé desde entonces que nada te servirá más que aquel pequeño trozo de papel,
Me pasaré el resto mi vida queriendo dejarte un cansino legado de sabiduría y bondad, un cúmulo de experiencias propias que te lo hagan todo más fácil y te eviten errar; una moto, un coche, una matrícula para la universidad… Pero sé desde entonces que nada te servirá más que aquel pequeño trozo de papel, que aquellos tiempos que compartimos juntos para darles forma y de los que tú casi seguro ya no te acordarás.
Puse un avión de los nuestros cada uno de tus primeros días, procurando cargar a tope tu mochila de la fuerza y del impulso que ibas a necesitar.
Un montón de aviones de papel.
Listos para volar.
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