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Un gran ejecutivo de una gran coporación, un gran tipo, confesó, que sin cotilleos, las empresas serían un aburrimiento, hasta el punto de que no valdría la pena trabajar.
Dicen que los cotilleos, las tramas, los rumores, los chismes y sus habladurías, también los chismecitos de los pueblos pequeños son el principal motivo de la inmigración urbana. Uno de Río dijo que se vino a la Gran Ciudad porque en la maravillosa lo veían por todas partes.
Cabe discutir si Rio es un pueblecito, pero como fue uno de allá que lo dijo, viene al caso, a su favor resaltar que según el filósofo, en las aldeas se encuentra la verdad y no en las ciudades y es de suponer que tampoco en la Gran Ciudad, al contrario de lo que se piensa. Pero tampoco se puede afirmar que Rio sea una aldea, aunque había que poner lo del filósofo.
La increíble conclusión a la que llegan los expertos, hoy, todo, de los expertos (no son fáciles de ver) de por qué esto es así y no de otra manera no es otra que la necesidad del ser humano de hacer amigos. S entiende que hablar mal de los otros, a otros, no sea una exclusividad y que los otros también, para hacer amigos, hablen mal de uno, a sus amigos, que igual también son de uno, o se suponían, a estas alturas no se sabe más, y ahí viene el lío, pero, qué más da.
Resulta al final un mundo lleno de cómplices del cotilleo, con las lenguas a buen recaudo, escuchar su inquina y maldad, conjugarla con la propia supone hacerlo rehén de sus palabras. Y a uno, también de las suyas, para qué nos vamos a engañar.
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