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Al fin y al cabo, uno siempre acaba teniendo la razón, aunque no para el otro. La sucesión de los días, como caravanas de gitanos, siempre se encarga de disipar los errores y de engalanar los arrestos de vida del individuo. Como los trasquilones del cabello. Al cabo del tiempo acaba por crecer, invariablemente, oculta los errores y recupera las vertientes más insólitas de un peluquero poco diestro.
Vivir ya es tener razón al construir una utopía insólita, llena de intuiciones y de reflejos.
Los únicos que corren el riesgo de quedarse al margen son los pusilánimes, adictos a vivir en el sofá controlando el paso de las nubes desde el mando a distancia.
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