Revista Vamos Contigo 233 - Expresión escrita y comprensión lectora
Segundo Villanueva / São Paulo, 28 de Fevereiro de 2022
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Segundo Villanueva / São Paulo, 28 de fevereiro de 2022
El vino era de pueblo. Los vinos de pueblo eran de pueblo, y los vinos de botella eran principalmente de vender y no tenían tantas historias.
Y principalmente, no eran de pueblo. Los vinos de pueblo se vendían a todo meter dentro de la bodega, que es la catedral del vino, un santuario oscuro que huele a humedad, a cerrado y a fermento. Una vez el que echaba el vino me dijo:
- Si te caes a los depósitos, desapareces
- En serio…
- Una vez echamos un gato
- Y qué le pasó
- Se fermentó
- Pero estaba ya muerto o lo echasteis vivo
- Muerto
- Por eso no salió entonces
- Ni aunque hubiese estado vivo
- Pero el vino no sabía a gato…
- No, de vez en cuando hay que echar algún bicho para acelerar la fermentación…
La bodega era la bodega de abajo. Como casi todas las cosas en aquella época, existían dos. Entonces había que elegir o una u otra. Había la bodega de abajo y la de arriba. La bodega de arriba era peor, la de abajo mejor. La de arriba vendía el vino en la ciudad, en las barras de los bares, en forma de chiquitos, a gente que no le importaba mucho. A la de arriba fui alguna vez en última instancia, cuando cerraba la de abajo, cuando llovía mucho o por alguna otra circunstancia que no me acuerdo
Los sábados por la tarde, después del telediario abrían, y se formaban reatas de hombres con garrafones. Nos tumbábamos en el suelo y si pillábamos alguna hierba para poner el culo, mejor. Si no, en la tierra. Unos con garrafones de cinco litros, otros de diez, otros de veinte... Eran los vascos. Más en concreto, los guipuzcoanos, que eran la leche. A los guipuzcoanos les gustaba mucho este vino. Cuando te tocaba un guipuzcoano delante, te podías olvidar. Lo peor que te podía pasar era que te tocase un guipuzcoano delante. Si tenías la desgracia de llegar un poco después de uno, era un aburrimiento de tanto esperar. Abusaban.Por eso yo siempre estaba el primero.
Pero en los corros había intrusos. Como en las viejas arenas públicas, había unos que no hacían nada. Se quedaban por detrás y acostumbraban a ir bien afeitados y a hacer comentarios de las jugadas. Nos parecían disminuidos, hombres incompletos, sin gracia. Hasta malos padres o, apurando en la tragedia, trabajadores problemáticos. Raros, en definitiva. Un raro es un raro. Y uno raro tiene difícil la vida si quiere continuar siéndolo.
- Epaaaa
- Epaaaa
- A casa
- Sí a casa
(seguirá)
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