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Magdalenas 2. Final

Revista Vamos Contigo 226 - Expresión escrita y comprensión lectora - España. Costumbres, Cultura
Segundo Villanueva / São Paulo, 05 de Julho de 2020

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Las mujeres alquilaban el horno de la Panadería Municipal para hacer magdalenas y mantecados.
 
Las magdalenas eran pequeñas erupciones de huevo con harina y fermento, tenían la forma redondeada y una textura delicada y humilde, como de mariposa.
 
Las había menores, y también mayores.

Normalmente a los chicos nos parecían mejores las magdalenas más menudas, porque pensábamos: "la Mujer las ha hecho con paciencia, con la delicadeza propia de una madre que por las mañanas antes de ir a la escuela le peina a su hijo con raya a un lado con bien de Lavanda Puig".
 
Las magdalenas grandes eran engrudos, y las mujeres que las hacían eran más zafias, tenían el culo mayor y hablaban alto, como cuervos entre árbol y árbol.
 
Por lo menos eso era lo que nos parecía.

Vistas de fuera, todas las mujeres eran iguales, pero con las manos en la masa, era otro cantar. Por la magdalena sabíamos si la mujer era caprichosa, revolvedora, maniática, trabajadora, buen ama de casa, buena madre o incluso hasta un poco animal.
 
La magdalena hablaba, y nosotros adoptábamos estos prejuicios.
 
Para probar esas delicias recién abrasadas sin parar nos divertíamos eligiendo las bandejas según su dueña.

En el momento de coger una magdalena recién salida del horno, hirviendo, se nos encendía el alma. A la magdalena cuando le cortábamos su cabeza suavemente, le salía un capullo de humo blanco que se doblaba en el aire y se evaporaba en instantes.
 
Entonces nos la metíamos a la boca y se nos llenaba de saliva.
 
Esta era una saliva de Pascuas a San Juan, una saliva dura, histórica, exclusiva, una saliva de fiesta, un pecado escrito y contemplado, como cualquier otro pecado canonizado por la costumbre, o la manera de ser de las gentes del Pueblo.
 
Pecados de pecar.

La magdalena se derretía en la boca y los ojos se nos llenaban de azúcar. Nos poníamos contentos. En el gallinero de las bandejas recién salidas del fuego, las mujeres hablaban de sus cosas intentando no decir más de la cuenta, o tratando de despistar.
 
Las mañanas de los sábados olían a algodón dulce y el mundo giraba a nuestro alrededor con más fuerza.
 

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